Enorme y sólida
pero oscilante,
golpeada por el viento
pero encadenada,
rumor de un millón de hojas
contra mi ventana.
Motín de árboles,
oleaje de sonidos verdinegros.
La arboleda,
quieta de pronto,
es un tejido de ramas y frondas.
Hay claros llameantes.
Caída en esas redes
se revuelve,
respira
una materia violenta y resplandeciente,
un animal iracundo y rápido,
cuerpo de lumbre entre las hojas:
el día.
A la izquierda del macizo,
más idea que color,
poco cielo y muchas nubes,
el azuleo de una cuenca
rodeada de peñones en demolición,
arena precipitada
en el embudo de la arboleda.
pero oscilante,
golpeada por el viento
pero encadenada,
rumor de un millón de hojas
contra mi ventana.
Motín de árboles,
oleaje de sonidos verdinegros.
La arboleda,
quieta de pronto,
es un tejido de ramas y frondas.
Hay claros llameantes.
Caída en esas redes
se revuelve,
respira
una materia violenta y resplandeciente,
un animal iracundo y rápido,
cuerpo de lumbre entre las hojas:
el día.
A la izquierda del macizo,
más idea que color,
poco cielo y muchas nubes,
el azuleo de una cuenca
rodeada de peñones en demolición,
arena precipitada
en el embudo de la arboleda.
Otavio Paz La Arboleda
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